miércoles, 9 de diciembre de 2009

An extremely interesting time to die

UN MOMENTO INTERESANTE PARA MORIR (1)

Ann McPherson

Hace 14 años fui diagnosticada de un cáncer de mama. Desde entonces su tratamiento ha mejorado enormemente. Ahora es más una enfermedad crónica que una sentencia de muerte, con una supervivencia a los 5 años del 90%. Pero ahora he sido diagnosticada de un cáncer de páncreas, con una supervivencia a los 5 años del 4% o peor.

Dos años después de un procedimiento Whipple, mi cáncer primario ha tenido una recurrencia, con tumores secundarios en el pulmón. Estos son los hechos. Pero a pesar de su sombrío significado para mí, éste es un momento extremadamente interesante para morir. Los recientes debates sobre los recursos, las decisiones de Niza, el desarrollo de los cuidados paliativos, y los argumentos sobre la muerte asistida, han abierto la posibilidad de contemplar la muerte como algo respetado y loado: una experiencia plena en lugar de un fracaso tecnológico.

Hay quienes piensan que, con los excelentes cuidados paliativos de que se dispone ahora, nadie querría elegir la opción de una muerte asistida. Y aún así, más de 800 personas en Inglaterra se han suscrito a Dignitas porque desean morir con dignidad. Esto confirma mi propia experiencia de 40 años como médico de cabecera. A pesar del alivio adecuado del dolor, algunas personas que se enfrentan a una enfermedad terminal aún quieren tener más certeza acerca de cómo, cuándo y dónde quieren morir. Recuerdo haber tenido sentimientos de fracaso con una paciente que también era profesional de la salud y también estaba diagnosticada de cáncer terminal. Había almacenado varios fármacos para ejercer el control sobre el momento de su muerte. Desgraciadamente tuvo una obstrucción intestinal aguda y no pudo tomar las medicinas cuando ella quiso. Estaba furiosa por terminar en un hospicio (hospice = hospital para incurables) donde sobrevivió con dolor otros diez días; justo lo que no quería.

De hecho, aceptar y respetar los deseos de los enfermos terminales en el momento de su muerte se ha vuelto mucho más difícil. Una enfermera pensó que yo le había dado demasiada analgesia a un enfermo moribundo de cáncer y una vez trató de denunciarme: el paciente tuvo una parálisis y, a pesar del buen control del dolor, aún quería morir. Sin duda, en esos días posteriores a Shipman, el miedo continúa entre mis queridos colegas en cuanto a sobrepasar las normas cuando hay que ayudar a los pacientes que tienen una enfermedad terminal. Pero seguramente se atenúa ante la necesidad de escuchar los deseos de los propios pacientes. Parte del problema es que los que toman decisiones en cuestiones políticas y legales de la muerte asistida no son los que se enfrentan a una muerte inminente, sino los que hacen funcionar los hospicios (quienes pueden tener un interés personal en contra de la muerte asistida), los obispos de la Cámara de los Lores (quienes tienen un particular punto de vista acerca de la vida y de la muerte) y otros con cargos de “autoridad”.

Para mí, por el momento, existe la necesidad de encontrar un equilibrio entre vivir una vida lo más normal posible y hacer cuanto más en mis últimos días de vida mientras espero la muerte. Desde luego, esto incluye mirar tanto como pueda por mis hijos y nietos y al mismo tiempo despedirme del grupo DIPE, del cual soy co-fundadora y contribuyo a que funcione, en buen orden y buenas manos, junto con la web www.healthtalkonline.org. Sin embargo, he de admitir que encuentro un alivio considerable desde que sé que no tengo que preocuparme por el próximo ejercicio de evaluación, pues simplemente no estaré por ahí, ni que recientemente cuando me han pillado con exceso de velocidad (por primera vez en mi vida) he optado por pagar la multa en lugar de asistir al curso que ofrecen.

Mi mayor pena es que sabré del futuro menos de lo que quisiera, en particular en lo que concierne a mis hijos y nietos, y que aún estallarán en mi cabeza durante mis largas noches de insomnio tantas preguntas sin respuesta. ¿Por qué cambia el gusto durante la enfermedad? ¿por qué el cáncer de páncreas tiene peor pronóstico que otros cánceres? ¿por qué la gente no puede tener una discusión racional sobre la muerte asistida? ¿por qué los asistidos en la muerte no pueden disponer de aquello que han elegido? Y ¿por qué, oh, por qué el BMA se opone al suicidio asistido por médicos y a la eutanasia?

Seguramente nuestra cultura ya ha desarrollado suficiente humanidad para facilitar la elección y aún así proteger a los vulnerables.

(1) An extremely interesting time to die. Ann McPherson, medical director. BMJ 2009;339:b2827

Traducción de Rosario Alises

Original en inglés aquí,

3 comentarios:

  1. Puedo estar en contra de la eutanasia, sin oponerme a que se regule para otros. Como médico deseo, desde mi forma de entender la medicina, que se regule también la objeción de conciencia.

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  2. Pues Rosario dice que casi prefiere que se quede sin judicializar. Rosario está convencida de que cuando médico y paciente llegan a un acuerdo, la ley no tiene nada que decir porque no tiene por qué enterarse.

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  3. Muy interesante Rosario... pero por el argumento, que bien conoces, de la pendiente resbaladiza se podría concluir tambi´ñen que por qué sólo con los médicos va a llegar el paciente a un acuerdo... Se me ocurren muchos otros actores que podrían ser "buenos samaritanos", todos ellos incluso con mñás motivos y motivaciones para ayudar al paciente a cumplir su voluntad... ¿O es un ámbito exclusivo del Médico? ¿Lo es de iure? ¿Lo es de facto?

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