lunes, 3 de enero de 2011

Nuevas formas de morir y donación de órganos.

RAFAEL MATESANZ


A punto de cerrar el año se constata una tendencia ya observada desde hace tiempo que merece la pena analizar: la progresiva reducción del número de personas que fallece en muerte encefálica y que por tanto pueden ser donantes de órganos.

Salvo los procedentes de parada cardiaca, alrededor del 5% del total, los donantes de órganos fallecen en las UVI, en "muerte encefálica": la destrucción del sistema nervioso central, donde radica la vida, equivalente científica, ética y legalmente a la muerte del individuo, que todavía conectado al respirador mantiene latiendo el corazón y oxigenados sus órganos durante unas horas, único momento en que la donación es posible.

Cada año mueren en España unas 380.000 personas, algo menos de la mitad, unas 180.000, en un hospital. Solo unas 3.000 llegan a la muerte encefálica y, de ellas, algo más de la mitad finalmente son donantes tras cumplir todos los requisitos. Menos del 1% de los fallecidos en hospital finalmente son donantes y ello pone de manifiesto la enorme dificultad del proceso y el mérito de que España lleve casi 20 años encabezando este ranking mundial, mezcla de generosidad de la población y efectividad del sistema sanitario.

En un proceso tan delicado, cualquier variación del sustrato epidemiológico sobre el que asienta, la forma de morir de una sociedad determinada incide en el resultado final: número y tipo de donantes. Si hay pocas camas de intensivos hay pocos donantes porque los pacientes no mueren en las UVI, sino en otras áreas del hospital o en su domicilio. En España se vienen produciendo cambios muy marcados, de los que apenas se habla, pero que marcan una evolución decreciente de las muertes encefálicas.

Algo muy positivo es la reducción de muertes por traumatismos. La imagen del donante de órganos como un motorista joven sin casco ha pasado a ser afortunadamente casi una leyenda urbana. Los donantes por muertes de tráfico han caído a la mitad en cinco años, y si no se ha producido el consiguiente descenso en el número total de donantes ha sido porque otros grupos de más edad y complejidad, con problemas cerebro-vasculares, los han sustituido, a costa de un gran esfuerzo de todo el sistema.

Otro dato positivo que incide en las causas de mortalidad entre los potenciales donantes es la disminución de la siniestralidad laboral, paralela al parón de la construcción y la actividad industrial. La otra cara de la moneda en lo que a donaciones se refiere es un cierto repunte en las negativas familiares, quizás relacionado con el descontento ciudadano derivado de la situación económica actual, algo fácil de intuir, aunque difícil de demostrar.

A ello se añade una tendencia constatada por el INE: la progresiva disminución de los fallecimientos por accidentes cerebro-vasculares, probablemente por un mejor manejo de la hipertensión arterial y en general de estos procesos. Las dos terceras partes de nuestros donantes tienen este origen y de ahí la importancia de cualquier cambio.

Con ser estas reducciones cuantitativamente importantes, todavía lo son más las variaciones cualitativas que está experimentando la sociedad española en cuanto al deseo de no prolongar tratamientos si no hay perspectivas de recuperación. Recogida en diversas leyes como la de Autonomía del Paciente, la del Testamento Vital, la más reciente de Últimas Voluntades de la comunidad andaluza y el proyecto de ley sobre el mismo tema que prepara el Ministerio de Sanidad, conecta con algo cada vez más presente en la sociedad española y entre los médicos.

La limitación de las terapias de soporte vital está muy extendida en el centro y norte de Europa, y es una de las causas que explican su menor número de muertes encefálicas y donantes. En estos casos, el fallecimiento es inevitable, pero se produce de otra forma, lo que dificulta la donación. Los datos apuntan que España está adoptando las mismas pautas y un reciente estudio de la Sociedad Española de Medicina Intensiva señala esta limitación en más de la mitad de los enfermos fallecidos en la UVI de los hospitales analizados. El fenómeno ha llegado y hay que asumirlo.

Estas tendencias no son una sorpresa. Desde hace tiempo, la ONT viene trabajando para tratar de adelantarnos a estos cambios. Hay en marcha un plan estratégico desde el 2008 con medidas que han permitido compensar descensos de determinados tipos de donantes con aumentos de otros. Hay un crecimiento de donantes en parada cardiaca, de la donación en vivo, de la procedente de inmigrantes o bien del grado de utilización de órganos trasplantados de mayor edad y complejidad. Sigue habiendo comunidades que aumentan las cifras de donación pese a los factores descritos. Todo el sistema se encuentra tensionado para lograr lo que ya llevamos haciendo desde hace 20 años: que el español que necesite para seguir viviendo de un trasplante tenga las máximas opciones de conseguirlo, en el seno de un sistema público, de cobertura universal y sin ningún tipo de discriminación. Es nuestro gran objetivo.

Rafael Matesanz es director de la Organización Nacional de Trasplantes del Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad.


FUENTE: EL PAIS (AQUÍ)

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